martes, 28 de octubre de 2008

Miedos, cuidados y belleza como avatares de la intemperie

Extraído de Maestros errantes, experimentaciones sociales a la intemperie, de Silvia Duschatzy, Paidós, Bs. As, 2007, Capítulo Tiro de esquina, de Diego Stuwart

Tiro de esquina
Miedos, cuidados y belleza como avatares de la intemperie

La idea de “intemperie”, nombra una cierta desnudez para los cuerpos arropados con los dispositivos de la sociedad normalizada vía técnicas disciplinarias.
¿Porqué, para qué nos hace falta una ética en este desierto? Tal vez porque es en este momento cuando con mayor radicalidad se nos impone el miedo a lo desconocido, al otro, a todo lo que nos rodea. Este miedo “a todo”, está en el fondo íntimo que nos empuja a escapar de nuestra fragilidad. A desarrollar una ardua labor de autogestión de la propia vida según este discurso interior que dice: “estás sólo para arreglártelas en esta jungla. Lo sabio y prudente será, por tanto, que temas. Sólo este sentimiento te tendrá alerta, evitará tu caída. Sabio consejero, el miedo te recordará que busques zonas seguras, que calcules cautelosamente tus pasos, tus alianzas, que desconfíes siempre –nunca será suficiente-“. Deberás escuchar la voz de la angustia que dice “debo resolver ante todo mis asuntos, prever los pasos futuros, no distraerme de mi destino, trabajar duro por mi porvenir (ya que no habrá nadie para colaborar conmigo)”. Todo porvenir depende del modo en que cada quien resuelva su presente inmediato, sorteando eventualidades y crisis, y evitando caer en la trampa que representan “los demás” en sus devaneos y vulnerabilidades. “Sólo de ti depende tu éxito”.

Es claro que este no es sólo un discurso interior. Por mas desértica que sea nuestra existencia actual, sentimos como este mensaje es organizado a través de una discursividad y una imaginación social omnipresente: los medios de comunicación de masas y el mundo de la publicidad lo explotan la máximo, y nosotros –quien mas, quien menos- participamos en calidad de hombres y mujeres consumidores. Y quien no alcanza este sócalo mínimo de humanidad –el consumo- sabrá con qué fuerzas del resentimiento deberá vérselas. Entonces, por nuestro bien –lo sabemos- se trata de estar sanos, fuertes, presentables, capacitados, seguros. El círculo es perfecto: porque es el mismo mercado el que se presenta como única realidad del desierto, única proveedor de objetos deseables, y modulador de nuestros deseos y necesidades, articulador de lenguajes e imágenes y organizador de “mundos” (vía artefactos tales como encuestas de opinión, rating, publicidades) configurados para nosotros a través de ese sujeto absoluto llamado “empresa capitalista”. Esta es, como indica Mauricio Lazzarato, nuestra postmodernidad .

No es, entonces, un mero desierto. O sí lo es, pero un desierto real, en el que se oyen voces y se persiguen oasis. En él, la pregunta ética resuena: ¿qué espacio hay para el otro y para un reencuentro con la propia fragilidad si cada uno está demasiado ocupado en el cierre sobre sí que este mundo exige? ¿qué otra cosa que aislamiento, choque y competencia habremos de encontrar cuando la autogestión de la propia vida se torna un imperativo inexcusable?. Es claro: ya no se trata de la vieja exigencia normativa de tener una “identidad normal” , pero sí de una nueva exigencia (una nueva vía de normalización?) que nos señala sutilmente que si no nos hacemos de nosotros –a través de los procedimientos señalados como de autogestión de la propia vida- no estaremos aptos para esa existencia de mercado, la única existencia que nos promete un paraíso en la tierra .

De este modo se nos aparece una continuidad impensada con la vieja sociedad sólida o disciplinaria: la acentuación de un “yo” cerrado sobre sí, y una exterioridad cada vez mayor del “otro” y de la propia vulnerabilidad, la propia fragilidad existencial.

Quisiera proponer –como todos se habrán percatado ya- que esta experiencia cotidiana, es la nuestra. La que se nos ofrece. Y que la fluidez, sin una ética de la ignorancia que nos conecte con el otro y con la propia precariedad, se torna el medio natural de difusión de este yo vinculado a una salud individual, mediática, esforzada permanente por resistir el choque permanente entre partículas autoexcluidas de un mundo común, carente de toda capacidad de producir vínculo cooperativo, abierto, inmediatamente colectivo.

La “ignorancia” de la que nos habla El maestro ignorante, continúa interpelándonos en estas nuevas condiciones. Así también presiento su presencia anudada a la cuestión del miedo, como sentimiento dominante, y una política de los “cuidados” como ruptura con las nuevas orientaciones a resolver las cuestiones de la vida en soledad, vía consumo.

* * *

¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de los cuidados? Tal vez convenga por ahora sólo enunciarlo, esperando que estos modos de enunciación sirvan para desarrollar esta intuición en las situaciones concretas en que el pensamiento se ve forzado a operar. Digamos que los cuidados tienen que ver con la atención del otro, y de uno mismo. Que surgen cuando somos capaces de pensar al otro –y de ser pensado por el otro-, o por uno mismo sin apriorismos heredados, o de otro tipo. Como un esfuerzo por captar al otro y a uno mismo en el potencial constructivo de una situación concreta, cada vez.

Me parece que este modo de plantear el asunto nos reenvía a la noción de igualdad tal como la emplea Jacotot, tal como podemos utilizarla para nuestros fines: concebir al otro según la premisa de la igualdad de partida y no con la pretensión normalizadora de la igualación futura.

Pero ¿cómo vencer el miedo?: ¿miedo a qué? También recordamos a Virno quien, siguiendo a Heidegger decía: miedo como angustia ilocalizable. La experiencia del “extranjero”, de quien ya no está en ningún sitio como en “su hogar”. El miedo inasignable del “animal lingüístico” cuando ya no está amparado por una soberanía que le recorte del afuera, en el que todo es posible.

El miedo como medio ambiente, que nos endurece, nos encierra, nos vuelve obedientes y tercos. Nos fija y nos hace perder toda disponibilidad.

Quisiera plantear, entonces, que el principal obstáculo para la “ignorancia como ética” es precisamente este miedo, y toda la parafernalia del mercado disponible para conjugar nuestras depresiones y angustias por la vía exclusiva del consumo. Este contexto post estatal (no en el sentido de que ya no haya estado, que evidentemente lo hay, pero sí en el sentido de que ya no opera un “cierre disciplinario”) nos empuja a la pregunta: ¿qué pasa con los “cuidados”, a cargo de quién están?. La hipótesis que sugerimos es que de un modo creciente las condiciones en que el otro en su fragilidad, y nosotros en la nuestra podemos emerger como sujetos y artífices del vínculo está en correlación directa con nuestra capacidad de pensar y hacernos cargo de esta dimensión –directamente política- de la existencia.

De allí que nos podamos plantear de otro modo frente al miedo a “dejar de ser” (dejar de ser maestro, dejar de ser escuela), elaborando una redefinición posible: ya no se trata de saber cómo la “igualdad” y la “ignorancia” podrían entrar en las escuelas, en la institución. Simplemente porque ya han entrado. Y lejos de hacerlo de un modo liberador lo han hecho de un modo devastador, originando no pocas veces muchas de nuestras angustias presentes.

Dice Jacotot que el Maestro Ignorante (no por Ignorante menos Maestro) es quien exige al otro enfrentar problemas, con el sólo apoyo de ser él mismo, un experto en “aventuras del espíritu”. Jactot creía que nada de esto se daría en la escuela, institución totalmente atravesada por la pasión jerárquica de la desigualdad. Hoy sabemos que esas jerarquías operan como promesas vanas, y que mas bien es aquella incerteza humana con la que contaba Jacotot la que ha ocupado el centro de la escena, desarticulándola. ¿Cómo lograr que esa “mala noticia” pueda transformarse en una posibilidad, en ocasión para un encuentro? ¿cómo activar una política de los cuidados, como apelación a la igualdad y la potencia de la ignorancia cuando nuestro peor enemigo es el miedo y la angustia?

No hay comentarios: